El cambio de nombre del Golfo de México: ¿una simple actualización cartográfica o una estrategia de poder y control?
- necias
- 28 ene
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Recientemente, Google Maps anunció que, en cumplimiento de una orden ejecutiva del presidente Donald Trump, cambiará el nombre del "Golfo de México" a "Golfo de América" para quienes hacen uso de esta aplicación en Estados Unidos. Este cambio se implementará una vez que las autoridades estadounidenses actualicen sus bases de datos oficiales. Para quienes usan la aplicación en México, el cuerpo de agua seguirá apareciendo como "Golfo de México", mientras que en el resto del mundo se mostrarán ambos nombres.

Esta decisión ha generado diversas reacciones. El presidente Trump argumenta que el golfo es un "recurso económico floreciente" y que su importancia para la economía estadounidense justifica el cambio de nombre. Sin embargo, el gobierno mexicano, encabezado por la presidenta Claudia Sheinbaum, ha declarado que no reconocerá la nueva denominación.
Es importante señalar que, aunque Estados Unidos puede adoptar esta nueva nomenclatura en sus mapas y comunicaciones oficiales, el reconocimiento internacional del "Golfo de México" como nombre oficial del cuerpo de agua se mantiene vigente. Cualquier cambio en la denominación internacional requeriría acuerdos multilaterales y la aprobación de organismos internacionales competentes.
El mapa no es el territorio
El principio "el mapa no es el territorio" sugiere que nuestras representaciones de la realidad son simplificaciones y no la realidad misma. En el cambio de nombre del "Golfo de México" a "Golfo de América" en Google Maps, este concepto nos invita a reflexionar sobre cómo las denominaciones y mapas reflejan interpretaciones subjetivas y no alteran la esencia del territorio en sí.
Los nombres que asignamos a los lugares son construcciones sociales que pueden variar según contextos políticos, culturales o históricos. Aunque el gobierno de Estados Unidos, bajo la administración de Donald Trump, haya decidido renombrar el golfo en sus mapas oficiales, esta acción no modifica la realidad geográfica ni la percepción que otras naciones tienen de este cuerpo de agua.
Un acto de poder simbólico
Este cambio de nomenclatura permite analizar cómo las representaciones, nombres o categorizaciones son herramientas de control simbólico que perpetúan relaciones de dominación, es decir, cómo el lenguaje, las narrativas y las instituciones son utilizados para consolidar y naturalizar el poder patriarcal.
El acto del cambio de nombre del Golfo de México a "Golfo de América", puede interpretarse como una demostración simbólica de poder, pues el renombramiento de un espacio es una forma de apropiación discursiva que refleja una dinámica colonialista: al cambiar el nombre, se borra parcialmente la identidad histórica y cultural asociada al territorio. Este fenómeno puede ser analizado desde la perspectiva de bell hooks, quien señala cómo los discursos dominantes estructuran el poder para invisibilizar o subordinar a los "otros".
La acción de cambiar un nombre también refleja cómo las estructuras de poder intentan imponer una narrativa oficial desde una posición hegemónica, en este caso la de Estados Unidos. Esta práctica es comparable con lo que teóricas como Gayatri Spivak han llamado "violencia epistémica": el acto de reconfigurar significados y representaciones para sostener un poder imperial o patriarcal, mientras se marginaliza a los actores subordinados, en este caso México.
Desde esta perspectiva, el feminismo interseccional podría señalar que el cambio de nombre no es solo un ejercicio político, sino un ejemplo de cómo las estructuras de poder utilizan herramientas simbólicas para consolidar control territorial, económico y cultural. Así como las feministas critican cómo las instituciones definen los roles y las identidades de las mujeres para mantener la subordinación, también se puede cuestionar cómo la modificación de nombres en los mapas busca imponer jerarquías geopolíticas disfrazadas de acciones administrativas.
El cambio de nombre del Golfo de México ilustra cómo las estructuras de poder no solo operan a nivel material, sino también simbólico, y cómo esas representaciones reflejan y perpetúan desigualdades que van más allá de lo territorial, abarcando también las dimensiones culturales y de identidad colectiva.

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