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El Bulto

Por Mariana R. Jiménez

La puerta se cerró detrás de ella, no había vuelta atrás. Estaba en casa, pero el bulto en sus brazos se había convertido ahora en el centro del hogar, lo había cambiado todo. Le exigía su cuerpo a todas horas, no podía despegarse de él ni un segundo, a pesar del cansancio y el dolor. Pareciera que ya no era ella misma, se había convertido en una máquina de producir leche y consuelo.

En pocas semanas, ya había olvidado la sensación de su cuerpo al danzar o la alegría que llenaba su alma cuando entonaba una canción, era tanto lo que el bulto le demandaba, que hasta había olvidado cómo se sentía el agua caliente de la ducha sobre su cabeza.

Durante una noche de desvelo, atendiendo por enésima vez las exigencias del bulto, por su mente exhausta circuló la idea de que tal vez había muerto en el hospital; que todo este cansancio mezclado con melancolía era la forma en que su alma expiaba los pecados cometidos en su vida anterior. O tal vez era peor… seguía viva, pero todas aquellas ilusiones y expectativas que habían llenado su mente, durante los largos nueve meses anteriores, eran solo mentiras a su alrededor para caer en alguna clase de trampa; la de una nueva vida llena de soledad, preocupación, cansancio sin escapatoria, y que debía de aceptar con una gran sonrisa en su rostro que ocultara toda la tristeza que la inundaba. No era para menos, tan solo decir que algo le molestaba respecto al bulto despertaba miradas acusadoras y desaprobatorias.

Los inoportunos curiosos acudían a su morada a todas horas; visitas que nunca estaban acompañadas de alguna mano amiga que aligerara su fatiga, sino que llegaban con las bocas cargadas de palabras, que desembuchaban en un sinfín de rigurosas críticas y órdenes sobre cómo tenía que desempeñarse ante los mandatos del bulto y a los cuales, a pesar de su desvelo, debía responder con una falsa sonrisa para no enfrentarse a las terribles miradas y cuchicheos que la hacían sentirse aún más muerta e inútil.

A todos a su alrededor el bulto les causaba ternura, alegría y emoción - ¡Ahora eres madre, por fin puedes sentirte realizada! - le decían, cada vez que alguien tomaba al bulto en brazos; pero, cuando ella lo veía, sentía solo una gran melancolía y lloraba en silencio la muerte de aquella mujer que jamás podría volver a ver en el espejo.

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